¿Llegaremos a buen puerto?

¿Llegaremos a buen puerto?

Cuando visitamos un domicilio y diagnosticamos un perro, no hacemos otra cosa que analizar el día a día de lo que ocurre en la vida de ese perro y de todo lo que le rodea, humanos incluidos. Revisar donde descansa cuando se queda solo o por donde y cómo pasea o que come, son algunos de los aspectos necesarios a conocer para posteriormente elaborar un tratamiento que ayude a mejorar los problemas que pueda presentar el paciente.

Analizar el papel que juegan los humanos que conviven con ese perro, es posiblemente de los aspectos más importantes, sino el que más, que afectarán en una asesoría canina. Entender que somos un espejo, un referente ante nuestro perro, es de vital importancia y sobre todo aprender a usar esa herramienta en beneficio de una mejora en el tratamiento. De la misma forma que supone un aspecto imprescindible a trabajar, es igual de complejo muchas veces asimilar cambios en nuestro papel como referente. Dicho de otra manera, asumir que nuestro papel como propietarios no está siendo de ayuda y debe cambiar, es muchas veces difícil de aceptar.

El principal cambio que proponemos al visitar un hogar, es la comprensión por parte del humano de las necesidades del perro. Si no somos capaces de entender la idiosincrasia, la naturaleza que hace a nuestro perro ser perro nunca llegaremos a buen puerto. Nota informativa, llegar a buen puerto es tener un perro equilibrado, sano y capaz de relacionarse con su entorno sin aparentes problemas.

Si después de ser informados en consulta, cualquiera de nuestras intenciones o aspiraciones anteriores a la visita, chocan, afectan negativamente o simplemente suponen un obstáculo en el bienestar emocional del perro, debemos como poco replantearnos, suprimir ese elemento de forma inmediata o en un breve espacio de tiempo.

Si mi forma de acariciar o relacionarme con el perro, está generando en él un exceso de efusividad, estados alterados o un perro muy nervioso y durante esa visita soy capaz de atisbar o empezar a ver que el problema puede ser mi forma de relacionarme con él, debo replantarme como poco, cambios en mi interacción. Debo pensar que las mejoras en nuestra convivencia pasan por empezar a cambiar yo.

Para ampliar el concepto o hacerlo más extensible a otras situaciones, podríamos pensar que si tengo un perro que está teniendo problemas con el mundo (personas, otros perros, etc.) quizás determinada actividad que llevamos practicando cierto tiempo, no está siendo de gran ayuda para tener un perro tranquilo y calmado ante ese mundo que le preocupa. Deberíamos revisar o entender si esa actividad o la forma en la que yo se la estoy proponiendo, no atenta contra su naturaleza y por consiguiente contra su salud emocional.

Como último ejemplo podríamos pensar, si nuestro perro tiene problemas en la calle con extraños, con perros o con cualquier otro elemento que nos rodea, deberíamos revisar si nosotros como referentes, como aliados, como “amigos que queremos a nuestro perro” estamos ayudando a que vea el mundo menos peligroso o por el contrario hacemos que nuestro perro tenga un hostigador más al otro lado de la correa. Hay manejos de correa que invitan a pensar que el mundo solo puede traer peligros, dolor y miedo.

Si una vez escuchada una proposición amable, con argumentos sólidos, cambios factibles y con la única intención de mejorar la vida de tu perro, respetando sus necesidades y su condición canina, sigues creyendo que los cambios los debe hacer el perro, posiblemente buen puerto, quede muy lejos aún.

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