Un instante de miedo, una oportunidad de valor

Un instante de miedo, una oportunidad de valor

El miedo tiene infinidad de caras, se muestra de diferentes formas a través de comportamientos y gestos. Los más evidentes, los que claman al cielo, se suelen ver con relativa facilidad, pero en muchas ocasiones, el desconocimiento y la falta de criterio en el ámbito canino generan una serie de interpretaciones erróneas e incluso obscenas si atendemos a lo que realmente el perro está intentando decir; me preocupa, me asusta, me aterra.

Al miedo se le ataca desde múltiples frentes, desde actividades o ejercicios que ayuden al perro a ganar autoestima y confianza, como a formar propietarios para que adquieran un rol que transmita seguridad a sus perros. Nos llevaría muchas páginas enumerar y explicar todos los recursos de los que disponemos para tratar el miedo, pero si podemos dejar caer una idea que ayude a entender cómo podemos afrontar un reto de tal magnitud.

Al miedo no se le vence en una gran guerra épica que dura un mes, al miedo se le gana en el día a día de las trincheras. Sumando y añadiendo confianza en la mochila de las cosas buenas y seguras e intentando evitar que la bolsa de los miedos vaya teniendo más peso del que nuestro perro pueda soportar.

Imaginad poder ofrecerle un momento y un lugar donde él pueda estar tranquilo y despreocupado. Donde después de un pequeño ejercicio de nariz pueda enfrentarse a algo que le asusta, que le preocupa. A un reto difícil pero asumible, un reto complicado, pero donde no tenemos la necesidad de finalizar nada, solo intentarlo. Una situación que, aunque sabemos que generará miedo tendrá siempre la posibilidad de desistir, alejarse y no crear más malestar del que pueda soportar. Un momento donde él pueda decidir qué hacer en todo momento.

 Imaginad que ese perro teme a los coches, no es capaz de subirse a ellos por sí solo. Siempre tiene que ser subido con mayor o menor guiado o intervención de sus dueños. Por él mismo tenemos claro que no subiría. Nunca lo ha hecho.

Abrimos puertas y dejamos que elija que tome la iniciativa. Si necesita alejarse podrá hacerlo, si necesita investigar podrá hacerlo a la distancia que necesite. Disponemos de tiempo, hemos parado el reloj, hemos parado los guiados, las órdenes, los premios, las prisas y los enfados. Mira el coche y decide mantenerse a distancia, mientras yo me aproximo y entro en el maletero haciendo que investigo y hablo al coche en un tono muy pausado, muy relajado. Inmediatamente se aproxima, no debe ser tan malo si yo me acerco. De repente necesita alejarse corriendo, vaya subidón tenerlo tan cerca. Ahí tenéis al miedo disfrazado de una inocente y “simpática” carrera sin sentido aparente.  Decide coger una piña y mordisquearla, de esa forma quemará el subidón de energía que le produjo el primer acercamiento. Nadie le va a regañar o pedir que suelte esa piña, la necesita y ¡es una piña! No una bomba ni un fajo de billetes, es una piña, que, si lo dejamos en paz y no amenazamos con quitar, sabrá gestionar de forma adecuada y no le causará ningún problema.

Ahora voy a convertir las piñas también en aliadas, busco una, es mi valioso tesoro y voy a guardarlo en… ¿sabéis dónde? Correcto, en el maletero. Vuelvo a entrar en el maletero y dejo la piña a una distancia asequible para que pueda cogerla sin dificultad. Y así ocurre, es capaz de acercarse y coger la piña y salir corriendo con el mayor tesoro que jamás logró. Vamos a repetir la jugada varias veces, sin prisas, sin indicaciones, dejando que se tome sus momentos de pausa donde pueda alejarse del coche y hacer otras labores. Necesita esos “resets emocionales” para volver con más decisión, más tranquilo. Finalmente entrará completamente en el coche y será capaz de permanecer espacios cortos de tiempo dentro de él, incluso se atreverá por las puertas laterales.

Que gran logro, ¿no? ¿que se suba al coche? no, eso es lo de menos, lo importante es que eso que tanto asustaba, hoy ha asustado un poco menos. Ha tenido la oportunidad de poder darse cuenta que no era tan fiero el lobo como lo pintaban, y eso, genera mucha confianza, mucha paz. Su gran recompensa no era la piña, ni la comida (que no la había), su recompensa es sentirse seguro ante algo que siempre le hizo sentir incómodo e incluso asustado. Nuestra mochila de la seguridad hoy pesa un poquito más y la de los miedos un poquito menos, mañana el camino puede que sea algo más ligero, algo menos preocupante. 

1 Comentario

  • Raquel Publicado el 23 noviembre, 2021 3:08 pm

    Simplemente genial!

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